Walt Whitman Poeta de Estados Unidos
- Justina Campos
- 18 may 2015
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Walt Whitman nace en West Hills, condado de Suffolk, Nueva York el 31 de mayo de 1819 y muere en Camden, Nueva Jersey el 26 de marzo de 1892, fue poeta, ensayista, periodista y humanista estadounidense. Whitman està entre los màs influyentes escritores del canon norteamericano y ha sido llamado el padre del verso libre. Fue aficionado a la opera. La primera ediciòn de su gran obra Hojas de Hierba la cual consta de doce poemas (todos ellos sin tìtulo) no vio la luz hasta 1855 cuando el propio Whitman decide encargarse de editarla y de llevarla a la imprenta. De los mil ejemplares de la tirada, Whitman vendiò pocos y regalò la mayorìa, uno de ellos a Ralph Waldo Emerson, importante figura de la escena literaria estadounidense y su primer admirador. Su crìtica, muy positiva, motivò a Whitman para seguir escribiendo , a pesar de su ruinosa situaciòn econòmica y de la nula repercusiòn que, en general, habìan tenido sus poemas.
Walt Whitman es un poeta para nuestro tiempo. Un poeta del cambio. Un poeta de la nación, pero sobre todo, un humanista de la época. Poeta esencial, de la trasformación. Poeta de un nuevo espíritu en América. Poeta fundacional. Poeta revolucionario.
Walt Whitman dinamitó el establecimiento del anciano régimen y sus cortes, el pasado imperial, colonizador, el statu quo de un tiempo acabado.
Poeta de la anunciación, del futuro, pero también de un presente para ser nombrado, interpretado, exaltado y descubierto. Fue un descubridor de su tiempo, usó el conocimiento religioso, filosófico y científico para interpretar poéticamente el mundo que le rodeaba. Poeta profundamente moral, no se encasilló ni puso anteojeras, ni beatificó su palabra ni actos. Hombre libre Walt Whitman, de pies a cabeza, por todo lo ancho y largo de cuerpo y pensamiento.
Fue enfermero en la guerra de Secesión entre el Norte y el Sur, escogió el Norte, de donde era originario, hijo de carpintero, fue maestro, editor, chofer ocasional por solidaridad con un amigo. Era un curandero del alma de Norteamérica.
Poeta del cuerpo, visceral, de la naturaleza, de las cosas, del origen de lo nuevo, del misterio no revelado, indagador. Su palabra busca revelar el cambio en el curso del río sin abandonarlo.
Su poesía es un canto asimismo, a la vida, la esperanza, y Whitman contempla con todos los sentidos, suma al porvenir lo que constata pasó y lo ofrece a la gente común y corriente, descubre, documenta su experiencia, la comparte y eleva a la categoría pública.
Más allá de sus vivencias, impresiones, filosofía, religión, fe, principios, de la biografía de sus actos, Whitman irrumpe con una nueva poesía, con un verso libre, largo, iniciaba su nueva retórica, y se desprendía del lenguaje tradicional que le precedía. América trae sus constructores, trae sus propios estilos, dice en uno de sus versos, como si fuera un principio para su poesía.
Son los pasos, las zancadas de un profeta, que anuncia que es un deber en América hacer una obra que sobrepase todas cuantas se han hecho. Su poesía influyó poetas importantes como Pablo Neruda, Apollinaire, Maiakovski, Allen Ginsberg, William Carlos William.
Neruda siempre reconoció su deuda con Whitman, sobre todo en su Canto general y algunos trazos de Residencia en la Tierra. Pero está claro que más que un imitador, Neruda podría ser un continuador de la obra de Whitman, con su propia perspectiva y retórica. Existe una originalidad personal también en el vate de Isla Negra. Comparten el amor por América. Su visión y épocas son muy diferentes.
Construye un mundo poético desde la esencia de su realidad y conciencia, Whitman es el poeta nacional de Estados Unidos y respira la nación por los cuatro costados. Vive, ama intensamente el país, está en todas partes alabando la naturaleza, el nuevo orden, lo que viene y lo que sucedió, el presente que corre. Sueña y se organiza como un constructor.
Hojas de hierba, el volumen madre de la poesía de este norteamericano, que no sólo alabó los nuevos tiempos, sino puso en evidencia sus vicios, peligros, y para ello usó el ensayo. La palabra directa y denuncia en su tiempo que una legión de iglesias, sectas, los más siniestros fantasmas que conozco, usurpan el nombre de la religión. Pone al descubierto la deshonestidad, corrupción, el soborno, fraude y llega a involucrar a todos los servicios del Estado, excepto el judicial. “En vano, advirtió con ojo de visionario, marchamos con una rapidez inaudita y sin precedentes hacia la formación de un imperio tan colosal que dejará atrás a todos los antiguos, más grande que el de Alejandro, más grande que el de Roma en el pináculo de su poderío. En vano nos hemos anexionado Texas, California, Alaska y nos alargamos hacia el Norte en busca del Canadá y hacia el sur en busca de Cuba. Como si estuviéramos, en cierta manera, dotados de un inmenso cuerpo que se perfecciona más y más, mientras permanecemos con un poco de alma y sin ella”.
El poeta de la América rotunda, este Walt Whitman, visionario, profético, soñador y realista, hombre de ideas claras, decía lo que pensaba y no se dejó atrapar por el medio, los intermediarios entre la vida y la muerte, porque siempre su opción fue por avanzar en el largo y contradictorio río de Heráclito. Consumió su tiempo en el hombre, la pasión de América.
Jorge Luis Borges, en su ciega lucidez, tradujo Hojas de hierba, y advierte en su prólogo la defensa de un ideal nuevo que se enmarañaría en el azar de una democracia electoral, además indirecta. Borges descubre en él al innovador que fue, experimentador de una nueva poesía, y lo asocia a Byron en una escuela de búsqueda de un héroe. La gracia de Whitman, reconoce el autor de Ficciones, es que el héroe whitmaniano es un ser innumerable y ubicuo, disperso Dios de los panteístas. Para el narrador y poeta porteño, Whitman elaboró una extraña criatura de sí mismo “que no hemos acabado de entender”, de naturaleza biforme. El modesto periodista de Long Island, subraya el autor de El Aleph, y el hombre de aventura y de amor, indolente, despreocupado, animoso, recorredor de América. No debemos, creo, separar a Whitman de Whitman, ni de su mito, que es la mayor de las aventuras de un poeta. Whitman supo hacer crecer la palabra como su sueño en América, dialogó y se unificó con el lector y le pasó la palabra finalmente.
Para Borges, solo James Joyce pudo acometer con éxito la creación de un personaje múltiple, como lo hizo Whitman.
Sorprende la vigencia de su mensaje, quizás por su compromiso permanente. Whitman murió en 1892. Sorprende también que la primera edición haya pasado desapercibida y más bien ignorada. Sólo Emerson, su mentor, comprendió la fuerza, el valor, trascendencia del mensaje de su poesía para América. En poesía nada debiera sorprendernos, porque el éxito de un libro sólo lo da el tiempo. Ni los premios ni las vitrinas o los críticos de ocasión, salvan la poesía, ni ninguna obra de arte, porque el tiempo se encarga de equilibrar las cargas, más allá de la tinta circunstancial. Es el más extraordinario fragmento de espíritu y sabiduría que América ha producido, le dijo Emerson cuando leyó Hojas de hierba.
Whitman abrazó la palabra y la vida, quiso ser piedra fundacional y lo fue. Recorre la nueva Nación y se instala en todos los oficios, asume su yo colectivo y personal, un íntimo nosotros. Está al lado de su hermano y el que comete faltas. No discrimina. Socorre al necesitado, se pone en su lugar, y los invita por igual participar en su epopeya.
Sus biógrafos describen a Walt Whitman como un fornido y frugal atleta, hombre sano de cuerpo y mente, el hijo de un carpintero que se hizo amigo del leñador Abraham Lincoln. Hace sentir su honda respiración, sus atléticos pasos, la firmeza de sus principios, la verdad de su palabra, reitera que todo lo que le interesa a los demás le interesa a él. Y enumera, como si fuera hoy su tiempo, “la política, las guerras, los mercados, los diarios, las escuelas... los bancos, las tarifas, las fábricas, los títulos, los bienes muebles e inmuebles”. Es y siente como todos los ciudadanos.
Fue un poeta y pensador de grandes ideas, verdaderas sentencias: “Los Estados Unidos están destinados a superar la grandiosa historia medieval o a evidenciar el más tremendo fracaso”. Un poeta para leer hoy en Estados Unidos, para apropiarse de la fuerza de sus sentimientos, del coraje de sus verdades, del instinto certero de la búsqueda y de la justicia. Whitman es el padre de la solidaridad norteamericana, el hermano mayor barbudo que camina por las esquinas de Manhattan, desprevenido del viento, liberto y libertario, como un frondoso árbol plantado en las riveras del Mississippi, o el río Colorado con sus rápidos. Permanece su grito ahogado, solitario, cantando en el Oeste, anunciando un Mundo Nuevo. Se celebra y se canta, nos canta, nos hace cantar con él un camino inédito. Privilegia una nueva manera de ver el mundo, no sólo un nuevo mundo, a la espera de ser inaugurado. Lo habita con todos sus poros, con un entusiasmo visceral y racional recorre los espacios física y mentalmente. Expande su bandera poética por todo el territorio norteamericano. Sólo va sumando y sumándose, a la gente, a los eventos, a la geografía y moviliza la nación hacia grandes responsabilidades y hazañas, busca un destino. Es mensajero de un mensaje moral en Estados Unidos. Profundamente ético, democrático, social, humanista, libre, sólo comprometido con el hombre, la especie que ama en todos sus sexos y etnias, sin discriminación alguna.
W.W., poeta fundador que se funda en una mística, es río, mar, sudor, respiración, la materialidad espiritual de la vida y del amor. Es testigo, todo lo ve y está presente. Y mi sombrero y mis zapatos no son mis límites. Pide que nos desnudemos, transparencia nada más, ni nada menos, autenticidad, naturalidad, somos iguales, ante la luz y la oscuridad, y nadie es culpable... Y en todos y en cada uno voy tejiendo el canto a mí mismo. Soy de todas las razas y de todas las castas, de todos los linajes y de todas las religiones.
Walt Whitman es también el poeta de los 35 millones de latinos que viven en Estados Unidos y de los 500 en América Latina. Su visión poética, filosófica, religiosa, política, nunca tuvo fronteras. Sorprende que no esté instalado en el Instituto Cervantes de Manhattan, un hijo verdadero de Manhattan... Habitante de Manhattan, mi ciudad, o de la sabana del sur, se identifica en el tercer verso introductorio a Canto a mí mismo. En todos los hombres me veo, ninguno es más ni menos que yo... Sé que no me perderé como la espiral que en la oscuridad traza un niño con un palo encendido. Y se declara poeta del cuerpo y del alma; los goces del cielo están conmigo y los tormentos del infierno están conmigo. Walt Whitman, un cosmos, de Manhattan el hijo, turbulento, carnal, sensual, comiendo, bebiendo, engendrando, se va enunciando a sí mismo, caracterizándose, presentándose al lector. Va más allá, El que degrada a otro me degrada, Y todo lo que se dice o se hace vuelve a mí al fin.
Responde al cuerpo y a los sentidos: la cópula no es para mí más vergonzosa que la muerte. Creo en la carne y en los apetitos. Ver, oír, tocar, son milagros, y cada parte de mí es un milagro. Divino soy por dentro y por fuera, y santifico todo lo que toco y me toca. El aroma de estas axilas es más fino que las plegarias, esta cabeza es más que las iglesias, las biblias y todos los credos. Si algo hay que yo venero más que las otras cosas ese algo es la extensión de mi cuerpo y cada una de sus partes.
Walt Whitman es el personaje épico de su epopeya, se reinventa a cada paso, es él, el otro y el de más allá. Se fusiona en carne y espíritu, se materializa en la inmortal materia inmaterial de las cosas, en la conciencia humana. Creo que una hoja de hierba no es menos que el / camino recorrido por las estrellas, Y que la hormiga es perfecta, y que también lo son / el grano y la arena y el huevo del zorzal... Y que la menor articulación de mi mano puede / humillar a todas las máquinas.
Tomo lo material y lo inmaterial... La madreselva en la ventana me satisface más que la metafísica de los libros...
Whitman de tanto testimoniar lo hizo con el futuro, él, un hijo raizal de Manhattan, veamos:
Soy el bombero hecho pedazos, roto el esternón, Los muros me sepultan en su caída, Aspiré el calor y humo, oí la gritería de mis compañeros, Oí el sonido lejano de sus picos y de sus palas, Han retirado ya las vigas, con ternura me alzan. Yazgo en el aire de la noche con mi camisa roja, El silencio que guardan es por mí Después de tanto sufrimiento yo no siento dolor, estoy Exhausto, pero no tan desdichado, Blancos y hermosos son los rostros que me rodean, Se han quitado los cascos, La arrodillada muchedumbre se borra entre el fulgor de las antorchas.
Nuestro ejército cubre todos los confines de la tierra, verso premonitorio whitmaniano, casi de campaña, futurista, certero en el tiempo, cumplido en la historia más allá de las palabras. ¿Poesía, profecía? Hoy no se cree en el poeta oráculo, en la existencia del Aedo, más bien en el trabajador silencioso de la palabra, armador de versos como cualquier otro carpintero. La poesía no tiene esa dimensión epopéyica.
Whitman es el gran entusiasmo por vivir, un creador de futuro en el presente, y su misterio es el poema que construye con el trigo y la cizaña, la ventana y el cielo, con fe en el hombre, en todo lo que ve y toca. Camina atlético sobre la pureza inaugural. Whitman es la pasión juvenil de una nueva era: Todo cuanto es mío es tuyo.
Quédate conmigo este día y esta noche y serás dueño del origen de todos los poemas y entra como un ventarrón, descubre la nueva América, que ayuda a fundar de costa a costa. Inspirado en su poderosa intuición, su poesía ama con todos los sentidos al prójimo y se proclama heraldo de una nueva época. Vigía de su tiempo, irrumpe en la cotidiana existencia de América. El poeta hizo también la historia.
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